Agotado en papel

Este fue el primer número de una serie de revistas literarias, casi alquímicas, dedicadas a temas aparentemente tan dispares como la impostura, la absenta, la infamia y el azogue; fechadas todas ellas en calendarios distintos al cristiano, pero acordes con la coherencia interna de cada tema propuesto. El  proyecto, por falta de energía y por falta de presupuesto, se quedó estancado después de cuatro números. Existe un quinto sin terminar que trataremos de dar a conocer a través de este medio virtual en futuras ocasiones.

Cada número tardaba una media de dos años en aparecer, así que los editores veían desesperados cómo les cambiaba el pelo de color (eso en el mejor de los casos: a uno de ellos, a pesar de la juventud, ya se le caía). No tuvieron así más remedio que cancelar un proyecto ambicioso que pretendía instigar la curiosidad de los literatos más apoltronados, o simplemente la de ellos mismos, creyentes, si no de la piedra, sí del papel filosofal.

En este primer número la portada estuvo dedicada a Frankenstein (el moderno prometeo) en la versión cinematográfica interpretada por Boris Karloff, a quien vemos en la imagen tomándose un café y fumándose un cigarrillo mientras espera su turno para actuar. Muchos de los colaboradores que componen estas páginas también esperaban su turno para encender la antorcha (o mejor robarla) del mundo de las letras. Algunos siguen aún intentándolo y otros han caído ya por el camino (si alguna vez lo hubo), sin ni siquiera conservar unas pocas cerillas con las que calentarse las manos a la intemperie. ¡Y para qué cerillas! dirán lo más descreídos… Pero esos han olvidado que las primeras cerillas se llamaron promethean matches: cerillas que se prendían rompiendo la cabeza del fósforo, bien con los dedos (gran ejemplo el film noir de Double Indemnity) o bien con la boca, como solía alardear Darwin frente a los nativos de la Patagonia para demostrar así su superioridad (que de eso se trataba, al fin y al cabo, la teoría evolucionista).

Y sí, Frankenstein fumando, porque no en vano se trata de un prometeo moderno. Si el alcohol, en forma de águila, le provocó la hepatitis al mítico Prometeo, ya casi olvidado en algún peñasco de los Cárpatos, no puede ser más verdad que el mito moderno de la prohibición (que primero fue del fuego), se ha desplazado en nuestros días al tabaco (inlcuso Sherlock Holmes se pone parches en las nuevas versiones) corrompiendo ahora los pulmones. Intuimos por eso mismo, por ser el cebo ya no el hígado, sino los pulmones (más parecidos a unas huevas de bacalao que a una entraña de carne), que nos atacarán ahora no las águilas (imperialismo), sino los tiburones (capitalismo) con el fin de sacarnos de nuestro sueño de ebriedad.

Finalmente, pues todo hay que decirlo, homenaje muy sentido al ramonismo, puesto que se llamó también Prometeo la revista de Gómez de la Serna en pleno modernismo. Lo nuestro, sería entonces, humildemente, un intento por continuar con su actividad titánica, pero quizás rayando más lo ingenuo (¡hacer revistas de papel en este siglo!) y rozando más lo postmoderno (siempre en un marco muy clasicista de páginas medio ocres), a pesar de nuestro empeño por el título. A Ramón, pues, que no pudo evitar que vencieran, virtuales o no, los gregarismos.