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Segundo número de la colección, dedicado en esta ocasión a la infame absenta. Si el primer número reivindicaba la figura de Frankenstein con su cigarrillo en la mano, no merecía menos Nosferatu, el primero de los vampiros del cinematógrafo, mecanismo que nacía también como un vampiro (y con la luz del fósforo, como la cerilla), evitando siempre su propia imagen en el espejo, necesitado siempre de la mirada de los otros para existir. Porque no hay cine sin mirada. Los vampiros no son entonces menos prometeos ni menos modernos, pues llenos están de promesas eróticas que consumen a sus víctimas mediante un éxtasis profundo. Absorben la sangre de sus presas como absorbería la absenta, musa de tantos modernistas, las fantasías. Y ambos provocan esos sueños fantásticos que se ocupa de presentar el propio cine en la pantalla. Una pantalla, eso sí, completamente verde (incluyamos también lo pervertido). Verdear, verter, vertido, pervertido. La eterna inmadurez que hace crecer los dientes largos. Pura envidia, quizás, de lo mortal.

¡Cuán necesaria pues esta reivindicación! Porque percibimos en nuestro tiempo cierto olvido de lo onírico (no sólo la crisis está siendo económica) y este mundo nos parece cada vez más aburrido. El terrorista se ha apropiado de la imagen del loco y eso lo ha aprovechado así también nuestra sociedad (que ha creado al terrorista) para borrar definitivamente al loco de su idiosincrasia. Y si no hay locos que sigan los designios de sus sueños, que impongan su curiosidad sobre la norma de lo políticamente correcto, qué nos queda ya decir… Nada, por lo menos nada en papel, porque internet nos ha robado también nuestra capacidad para comunicarnos con nuestro propio inconsciente. Internet en sí mismo es nuestro propio inconsciente, hecho visible, tan presente, justo en frente, que por eso no lo vemos. Vampiros y absenta, las únicas huellas que nos quedan de esa capacidad individual para soñar lo colectivo. Porque hoy en día es lo colectivo (las redes) lo que sueña lo individual. ¿Un blog? ¿un twitter? ¡Qué insignificante! ¡Pero cuánto poder! Vacío, quizás, pero poder al fin y al cabo. ¿Puesto que no habrá estado acaso siempre vacío el poder? En continuo desplazamiento, cada vez más democrático, que es lo mismo que decir: sin un lugar determinado donde atacar, sin un target para la mirilla. Ya no sabemos dónde hincar el diente. ¡Para qué! Ya no es «la obra de alguien» lo que predomina, donde «alguien» tiene el valor de sujeto. Es ahora «el blog de alguien», donde el sujeto es «blog», porque cabría decir «la obra del blog de alguien»… Somos así más colectivos que nunca y menos conscientes de nuestra propia inconsciencia, más que nunca reprimida, puesto que la tenemos delante, donde el ojo siempre corrige toda perspectiva, creando la ilusión… ¡Cuántas tonterías! Lo que quería decir, desde un principio, es que brindemos, porque brindar será lo único que nos permita ya entrar al mordisco.