shinka2

Entre los papeles antiguos he hallado una de las primeras redacciones que escribí en japonés, alrededor de 2008, cuando cursaba el nivel intermedio en una escuela de Kioto. Este encuentro me ha servido para deducir dos cosas: 1. que si bien ahora escribo teóricamente mejor, antes escribía prácticamente mejor; y 2. que nunca tuve ganas de ser serio y que quizás por eso cada vez escribo menos o me invento narradores autorreferenciales, cínicos, descreídos, distantes, que se acaban destruyendo a sí mismos… La conclusión podría ser que en breve nunca escribiré nada. Y sin embargo, a la larga, siempre escribo. La ciencia nunca entenderá estas paradojas. Pero a lo que íbamos. El texto, que lleva por título Evolución, dice más o menos así: «Cuando tenía un año, como mi padre me arrojó a la piscina, la cara se me hinchó como a una rana y los ojos se me volvieron grandes y azules. Sin embargo, pronto aprendí a hablar. En otras palabras, aprendí a lamentarme, así que mi padre pensó que la piscina no era lo suficientemente grande; las voces que daba le estorbaban. Eso se lo tomó como un problema que de un modo u otro tenía que resolver. Compró un barco, me ató a una cuerda y me lanzó al mar. En alta mar conocí a muchos peces y me volví un gran nadador. También desde entonces que me gustan las cosas saladas. Pero ahora, en Kioto, no puedo nadar porque las piscinas son estrechas y caras. Creo que ese fue el motivo principal por el que se me empezaron a caer las escamas. El sábado de la semana pasada, cuando desperté, me salieron las piernas.»